El bufón se sienta en el trono

Plátano. / Maurizio Cattelan.

 

Tiburón / Damien Hirst

Damien Hirst vende tiburones embalsamados.

Bansky destruye su obra en plena subasta.

La niña del globo / Bansky

Las galerías aplauden. Los museos legitiman. El mercado del arte festeja.

Y en ese aplauso se esconde una trampa: confunden la creatividad con la tontería, la ocurrencia con el arte, lo vacío con la revelación. Se premia lo que hace ganar dinero, al darle una narrativa donde la mayoría de los espectadores queda convencida y deseosa de obtener.

Sabemos que el arte es también un testimonio del momento social, político y económico que se vive y lo podemos apreciar a través de las diferentes expresiones artísticas.

Sin embargo, nos engañan con ese aplauso que esconde una trampa: confunden la creatividad con el ruido, la ocurrencia con el arte, lo vacío con la revelación.

Premian lo que se viraliza, no lo que transforma.

Mientras tanto el arte como sentimiento profundo, como símbolo, como ritual, como revelación, queda relegado.

Lo autentico no grita. No se vende en tres minutos, pero permanece.

Hoy el bufón se sienta en el trono y el silencio del verdadero arte se vuelve resistencia.


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